Tierras de sangre by Dido Sotiríou

Tierras de sangre by Dido Sotiríou

autor:Dido Sotiríou [Sotiríou, Dido]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1962-01-01T00:00:00+00:00


XI

A la primera persona que me encontré por el camino fue a un buhonero de Estambul. Anastasis Melidis se llamaba. En Pánormos había oído hablar mucho de él, todo el mundo lo conocía. Vendía seda, perfumes, babuchas, horquillas y peines, afeites, alhajas, falsas y auténticas, y no sé cuántas cosas más. Aquel día no llevaba género. Sólo un maletín de piel, como si fuera diplomático. Y, a decir verdad, juro que tenía pinta de todo menos de buhonero. Según decía, en aquel maletín llevaba hierbas «para el amor y los achaques de la vejez, para tener hijos varones, para hígados enfermos, riñones averiados y desarreglos del corazón». ¡Lo que sabía aquel estambuliota! Tenía clientas no sólo en burdeles, sino también entre la aristocracia y en todos los harenes. Andaba metido en asuntos de contrabando y se echaba sus tragos con maleantes a los que protegía y de los que recibía protección. Viajaba de Beirut a Batú, procuraba mujeres a beyes y pachás turcos, aprovisionaba a capitanes y sargentos y a cualquiera que lo necesitara, porque decía que «hasta la gente más humilde nos puede ser útil…». Los turcos lo dejaban andar libremente de acá para allá. Serafimidis me confesó que también tenía tratos con ingleses y con griegos, porque decía que en el fondo llevaba a Grecia en el corazón. ¡La de vidas que llegó a salvar Anastasis!

Enemigos no tenía ni uno porque a todos complacía.

En cuanto hubimos andado un rato juntos por la nacional, se volvió y me dijo:

—Tú tienes que ser desertor. No me digas que no. Eres un desertor y además de pueblo.

Sin darme tiempo a contestar me volvió a decir:

—¿Quieres que te diga una cosa? Procura cambiarte de ropa, lavarte y afeitarte, que con esas pintas te vas a delatar tú solo. Me dirás que para qué quieres mis consejos… Vas a necesitar ropa, ¿no? Sí, ya lo sé, estás sin blanca… Pues yo te voy a ayudar. Ven conmigo y no te arrepentirás. Vamos a una casa que conozco por aquí cerca. Es una casa de citas, pero no importa. No vas a que te den la bendición. Pero te recibirán con los brazos abiertos y, lo más importante, te darán ropa que ponerte.

No sabía qué decir.

—Te agradezco tu amabilidad…

—¡Qué demonios de amabilidad ni qué ocho cuartos! En esta vida nadie da nada por nada. ¿No lo sabías? Yo no he dejado nunca a nadie desamparado. Y no me arrepiento, porque tengo amigos allá adonde vaya. Para que lo entiendas, cuando me encuentro a una mujer que se me queja del marido, yo le doy la razón. Y voy a ver al marido y también le doy la razón. Y al final consigo reconciliarlos. Y, cuando un notable turco me dice que los infieles son unos sinvergüenzas, yo le contesto: «¡Qué razón tienes, Efendim!». Y hago negocios con él, él me ayuda y yo le ayudo. Y al final me hago con su firma para salvar a alguno de esos sinvergüenzas.

Melidis no esperaba respuesta. Era entusiasta por naturaleza.



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